El Rosario es un modo, una manera de orar que admite diversidad de formas. La aquí descrita no es la única ni la mejor, tal vez sí la más habitual y quizá la más denigrada. Y es que el Rosario es un medio de oración y como tal ha de ser comprendido y utilizado.
Rezamos en la oración conclusiva: "Concédenos, Señor, al contemplar los misterios de tu Hijo,imitar lo que proponen"... Lo que importa es orar "en espíritu y verdad". Lo que no es aceptable es realizar el culto sin comprometerse con la actitud que él indica:
"¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del Niño nacido en Belén sin hacerse cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo? ¿Cómo podrían seguirse los pasos del Cristo revelador, en los misterios de la luz, sin proponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada día?
¿Cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz, crucificado, sin sentir la necesidad de ser el cirineo de cada hombre aquejado por el dolor y oprimido por la desesperación? ¿Cómo contemplar la gloria de Cristo sin sentir el deseo de hacer este mundo más justo, más cercano al proyecto de Dios?
La vida contemplativa tradicionalmente ha privilegiado el apartamiento y la segregación pero nuestro retiro ya no tiene nada que ver con la clásica "fuga mundi". Hoy nos urgen los problemas humanos, el estar cerca de ellos.
Contemplar a Cristo en los misterios del Rosario y desde una vida consagrada a esa contemplación es exigencia de ser constructores de bondad y de paz. De nada serviría creernos envueltas en " la nube de la presencia divina" si nuestro corazón, nuestro ánimo y nuestros pies se alejaran del sentir y del sufrir humano, es lo que nos dice el Papa: "El Rosario en vez de ser una huida de los problemas del mundo nos impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia la caridad".
Es lo que hizo María atenta y sensible a todas las necesidades, incluso a la de la fiesta. "No tienen vino". Y es lo que se nos pide a las monjas, a las contemplativas, cuando la coyuntura histórica hace que nuestras porterías se llenen de gente pidiendo pan, de gente pidiendo consuelo y sentido para su vivir. De gente que nos pide "enseñadnos a orar". Nos alerta el Papa: "Mientras en la cultura contemporánea... aflora una nueva exigencia de espiritualidad (...) es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en auténticas escuelas de oración".
Ser escuela de oración, remanso de paz en un mundo de agresividad y violencia, ofrecer palabras de sentido y consuelo, ser "capaces de testimoniar en cada circunstancia la caridad" es lo que se nos está pidiendo hoy a los monasterios. Y lo que desde nuestra precariedad intentamos ofrecer. "¿Cómo contemplar el misterio de Cristo sin sentir el deseo de hacer este mundo más justo, más cercano al proyecto de Dios?"
El Rosario es un modo, una manera de orar que admite diversidad de formas. La aquí descrita no es la única ni la mejor, tal vez sí la más habitual y quizá la más denigrada. Y es que el Rosario es un medio de oración y como tal ha de ser comprendido y utilizado. Áurea Sanjuán Miró
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